Victoria Alada de Samotracia. Museo del Louvre. París.
La pierna que vemos tiene muchos menos drapeados que la otra. La doctrina es partidaria de que esa pierna estaba oculta por lo que el escultor se esmeró menos que en darle forma a la otra pierna.
No es una piedra lo que aflora en la falda de la colina, sino un hombro. El cuerpo está medio enterrado. «¡Señor, hemos encontrado a una mujer!», gritan los operarios. El joven vicecónsul francés Charles Champoiseau sonríe. Los campesinos le habían informado bien: la diminuta isla griega de Samotracia está llena de tesoros. Unos pasos más allá, el propio Champoiseau descubre un fragmento de dos metros: el tronco de la mujer, cubierto por un manto. La bella debía de tener alas, como parecen atestiguar la multitud de fragmentos de plumas que recoge aquí y allá. Busca la cabeza, los brazos. En vano. De esta dama solo queda un cadáver desmembrado cubierto de polvo. La fecha: 15 de abril de 1863. A sus 32 años, Champoiseau acaba de exhumar una de las criaturas más extraordinarias de la Antigüedad. Esculpida en mármol blanco, data de unos 190 años antes de Cristo.Antaño, al pie de esa misma montaña había un santuario consagrado a los grandes dioses. Se trataba de una religión al margen del culto oficial a las divinidades del Olimpo. Participar en los ritos de Samotracia otorgaba la protección de la Gran Madre, reina de las montañas. Aunque al final de la Antigüedad el lugar quedó abandonado, la leyenda de que la isla escondía maravillosos tesoros sobrevivió.(...)El 15 de abril de 1863, en una carta dirigida al embajador de Francia en Constantinopla le anuncia: «He encontrado una estatua de la Victoria alada esculpida en mármol y de proporciones colosales.Desgraciadamente, no he encontrado ni la cabeza ni los brazos [...]. Pero el resto está casi intacto y ha sido labrado con un arte que ninguna de las obras griegas que conozco iguala».Champoiseau decide enviar su hallazgo al Louvre. Llega en 1864. Allí, con una barra metálica, los técnicos aseguran el aplomo de la figura. Varios fragmentos rotos son encajados de nuevo, pero el busto -demasiado inestable- no se puede unir y se archiva con el ala izquierda.Años después, en 1875, arqueólogos austriacos realizan nuevas excavaciones en Samotracia. Allí descubren grandes bloques grises que, correctamente ensamblados, representan la proa de un barco de guerra. Se trata de una pista capital: rápidamente asocian ese descubrimiento con las monedas helenísticas en las que aparece grabada una Victoria de pie sobre la proa de un barco. No hay duda. Estos bloques son la base de la estatua. El conjunto de la obra debía de medir unos cinco metros de alto. Cuando Champoiseau recibe la noticia, despliega todos sus esfuerzos para que los 23 bloques descubiertos sean llevados a París.Muchos fragmentos de la escultura, demasiado estropeados, nunca han podido ser encajados en la estatua. Como la enorme mano, descubierta en Samotracia en 1950. Otros fragmentos han encontrado, sin embargo, este año su lugar gracias a la restauración. Por ejemplo, una pluma.¿Qué artista pudo desplegar tanto ingenio para inmortalizar esa belleza? El misterio continúa.
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